seguí el cauce rebelde,
el río me habló con su voz de cascadas
y me exigió un precio de cansancio.
El sendero no existía,
eran murallas, resbalones crueles,
un cruce helado donde la corriente
me recordó que la soledad también pesa.
Pero al fin, la cascada me abrió sus brazos,
un murmullo cristalino
cayendo desde la herida de la montaña,
como si todo mi esfuerzo
tuviera sentido en ese instante.
De regreso, otro camino se reveló,
más breve, más dócil,
como un secreto que el monte guarda
para quienes ya se atrevieron
a tocar su corazón.
Y comprendí:
a veces el destino nos entrega
la ruta más difícil primero,
para que al llegar,
sepamos de verdad
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